La Porota

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Categoría: Historias

La Porota vive actualmente en nuestra casa . La conocimos el día en que la abandonaron. Esa vez corría a una velocidad inusitada para su corta estatura, tal vez siguiendo a sus amos desde lo más alto del camino. Llegó junto a nosotros cuando repartíamos alimentos y se confundió con la manada. Se quedó a vivir en uno de los refugios que para ese entonces no contaba con más de tres pequeñas casitas. Allí la encontrábamos semanalmente cuando los visitábamos.

 

Se hizo querer al corto tiempo. No le importaba no ser la primera en comer, sí que le prestáramos atención lanzándose de espalda al suelo repetidas veces mientras caminábamos por el lugar. Después comenzamos a tomarla en brazos y a pasearla. Nos miraba con una cara sería e inexpresiva cada vez que, terminada nuestra labor, nos despedíamos. Se quedaba allí, librada a su suerte y a su abandono.

Así fue pasando el tiempo. Vinieron inviernos fríos, primaveras floridas y veranos calurosos. Cada vez sentíamos que nos esperaba para hacerse querer.

Finalmente, en un octubre o un noviembre entró en celo y quedó preñada. Le creció prontamente la barriga ; se puso gorda y barrigona y, cualquier día desapareció. La buscamos cada vez que fuimos. Dos semanas que no tuvimos noticias de ella. Hasta que, de tanto llamarla apareció. Flaca, sucia, bamboleándose y apunto de caer desmayada. La recogimos. Tratamos de hacerla comer o beber agua, pero, no respondía. Había perdido su alegría y sus muestras de cariño. No tuvimos otra opción que llevarla a un centro veterinario para que la examinaran. Allí la dejamos algunos días. Después, la llevamos a nuestra casa para que se recuperara.

Fue en ese momento en que decidimos acogerla.

Pasó dos semanas sin emitir ladrido y mirándonos fijamente por largos momentos, expectante. Hasta que de pronto, mientras veíamos televisión acompañados por ella, parece que despertó, o parece que se dio cuenta que, pasado el tiempo, ya no tendría que volver al lugar donde la abandonaron. Comenzó a dar brincos y a girar sobre sí misma arriba de los sillones. Desde ese día fue una fiesta cada vez que llegamos por las tardes después de nuestros trabajos.

Ahora vive con nosotros. Está feliz. Nos quiere y es un pozo de ternuras. Encontró pareja con uno de nuestros perros. Con él comparte la comida y la casa donde duerme. Con el más pequeño comparte juegos y algunas atenciones que no tienen los otros habitantes de la casa.