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Lucas

Lucas llegó un día cualquiera, como muchos, sin anunciarse. Nos dimos cuenta de su presencia cuando dejamos alimento junto a la casa que había comenzado a habitar. No movió la cola ni ladró ni hizo gesto alguno de amistad, complacencia o enojo.


Era invierno en aquel tiempo y Lucas se mostraba extraordonariamente friolento debido a que los ácaros de la sarna habían terminado con casi todo su pelaje.

Durante un tiempo lo inyectamos para que se sanara. Después se recuperó y comenzó a expresar la alegría de vernos.

Un día lo encontramos con su cuello inflado y supurando pus por una herida. Sabíamos claramente que no podíamos dejarlo y arriesgarlo a que terminara con una infección generalizada. El viaje al veterinario fue el paso siguiente. Allí estuvo algunos días hasta que se recuperó. Luego, volvimos con él al refugio y allí está ahora. Cada día más comunicativo y alegre de recibirnos. Ya sin sarna, con la conjuntivitis controlada y con su cuello sano.

Goza de buen carácter a pesar de los años que lleva encima.

Después de pasado algún tiempo nuestro Lucas desapareció. Por espacio de dos semanas no supimos de él, hasta que lo encontramos, o nos encontró. Venía alegre por el camino junto a Felipe II. Nos saludó alegremente y partió. Lo encontramos un par de veces. Después, por diciembre no lo volvimos a ver. Se le veía bien en nuestro último encuentro.

                                                

No al maltrato